[Reseña de: Alain Finkielkraut, Nosotros los modernos, Madrid, Encuentro, 2006.]
La nostalgia del más allá
Ricardo Cortés Ortega
Leer esta obra de Finkielkraut para hacer experiencia de nosotros, los modernos, y comprender lo trágico de nuestra existencia, condicionada desde sus orígenes a poner el ser y la vida misma sobre la mesa de trabajo del científico. Así se podría describir en pocas palabras el tenor de la reflexión ensayística de este autor, provocada, en primera instancia, por un asombro filosófico ante el espectáculo siniestro de la historia moderna y contemporánea. Tan es así que, despreocupada de notas al pie y llena de digresiones que conectan diversos modos de pensar el problema de la modernidad, si bien no tiene la pretensión de conducir a su lector hacia el nihilismo, esta reflexión parte de concebir de manera desencantada los afanes prometeicos del mundo en que vivimos. Más allá de redundar en lugares comunes, el autor no es sólo un portavoz de lo más trillado del pensamiento crítico; la dificultad y la importancia de su obra reside en su forma de pensar problemas de metafísica y ontología que apuntan hacia la necesidad de reencantar el mundo. En ese sentido, su pretensión filosófica, ajena a la reestructuración o destrucción de un sistema totalizador de la realidad, resulta un tanto extemporánea cuando parte de “aclarar la metafísica” por la vía contemplativa más antigua, escuchando tanto “la voz de los muertos” como “las cuestiones que el mundo plantea e impone”.
Sin afán de etiquetar al autor, vale la pena preguntarse por la forma en que aborda el tema de la modernidad y desde dónde lo hace. Si bien es notoria la reivindicación que hace de la enseñanza moral y lírica de Michelet, Finkielkraut no es ni puede ser un romántico. Su postura está tan condicionada existencialmente por los acontecimientos del siglo XX y XXI, que no se siente conforme con la nostalgia del retorno a la naturaleza; ni siquiera las conclusiones a las que se pudo llegar –utilizando el método dicotómico clásico que contrapone la concepción antigua de la naturaleza con la moderna– le satisfacen. Por el contrario, la forma en que aborda el tema de la modernidad toma distancia del Método y no pretende llegar a conclusiones tajantes; como se ha mencionado, sólo retoma y discute formas de pensar la modernidad a la luz de experiencias muy diversas, en especial de aquellas que nos hablan de nosotros mismos. En todo caso, Finkielkraut no toma partido ni por “lo que cae”, como los románticos, ni por “lo que hace caer”, como los “posmodernos” que se conforman con perderle el respeto a todo aquello que ha sido despojado de su “aura intimidadora”. Todas las lecciones que contiene su libro sortean ambas posturas e intentan trazar una vía de escape entre soluciones extremas.
Lo que ahora se ha vuelto del conocimiento de nosotros, los modernos, es el hecho de que la naturaleza está en peligro de ser reducida a nada; de ahí nace como un deber moral el deseo de atesorarla y preservarla de una explotación desmedida. Ante esta verdad evidente, Finkielkraut va más allá de lo que no tiene nada de filosófico, es decir, alertar y desenmascarar el peligro. De entrada manifiesta su inconformidad con un método de preservación que, aún sin modificar el hábito mental de concebir la naturaleza como un reservorio, se compadece de ella, se horroriza de lo que ha hecho y actúa de conformidad al problema. Sea de ello lo que fuere, el autor considera que este temor humano, ya no hacia la naturaleza sino hacia lo humano mismo, nos insta a actuar con prudencia. No obstante, más que tratarse de mera compasión hacia lo Otro, el hombre comprende horrorizado que con su actuar se autodestruye; de esta manera redescubre la naturaleza, se reconcilia con ella y propicia otra relación.
De igual manera, el hombre redescubre la verdad de lo que es, se reconcilia con la realidad y se deja envolver por un deseo de ser naturaleza y estar de nuevo cobijado por un sentido trascendente. El hombre es algo por naturaleza, independientemente de todas las cualidades o defectos que reivindique como su razón de ser; desde esta perspectiva, toma distancia de lo inalcanzable, y lo inalcanzable ya no se presenta como una fatalidad, sino que forma parte de un horizonte completo en sí mismo. Como se puede constatar al final del libro, “del traumatismo del Método nace un nuevo pensamiento”, se produce una “nostalgia del más allá” o una especie de “conmoción metafísica” ante la necesidad de que se manifieste como un enigma la presencia de este mundo en nosotros. Es por eso que, si bien no podemos ser la conciencia de una naturaleza que está fuera de nuestra experiencia, esta tiene un fundamento ontológico que no nos es del todo insondable; por eso nos resulta imprescindible, concluye Finkielkraut, escuchar y comprender las cuestiones que la naturaleza plantea.