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[Publicado en: Reflexiones Marginales, núm. 58, 31 de mayo de 2019.]

El mundo como voluntad y vibración

Notas para una ontología de la música

Sonia Rangel


Voluntad y universo, expresión de una esencia musical

[…] la música no es otra cosa que el ritmo arquetípico de la naturaleza y del universo
mismo que irrumpe mediante este arte en el mundo de la imagen
.
Friedrich Schelling

El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer, sin duda alguna, es un acontecimiento decisivo en la historia del pensamiento. Escrito en un estilo que mezcla la erudición y la sabiduría con el humor y el rigor, así como la ligereza y la profundidad, en un tejido complejo de pensamiento que va de los Vedas, a los estoicos, del siglo de oro español a la etología o la historia. Todo este andamiaje de disciplinas y formas de pensamiento sirven para exponer cómo es que la Voluntad es la “esencia del mundo”. Dicha complejidad no puede ser aprendida en una primera ojeada, como si se tratara de una partitura, el autor recomienda una lectura repetida. El impacto y potencia de la filosofía de Schopenhauer actuará como un efecto de resonancia expansiva que repercute en el psicoanálisis de Sigmund Freud, las filosofías de Ludwig Wittgenstein, Friedrich Nietzsche y Clément Rosset, tanto como en el pensamiento musical de Richard Wagner y Arnold Schönberg. En retrospectiva, Schopenhauer reconocerá su deuda con las filosofías de Platón y Kant, pero no así con el Romanticismo ni el Idealismo alemán. El libro es una especie de sistema –o antisistema– cuyo centro solar es el pensamiento único: la Voluntad como esencia del mundo. A lo largo del tratado se aprecia cómo la Voluntad se objetiva en diferentes formas y niveles, en una multiplicidad que es pensada desde diferentes perspectivas: la metafísica, la teoría del conocimiento, la estética y la ética. Para nosotros, la parte que hace sensible ese centro solar es el Libro Tercero, dedicado a la representación artística, y específicamente el parágrafo 52, el cual expone su “metafísica de la música”, a partir de la cual podemos intuir que, para Schopenhauer, la Voluntad y el universo comparten y son expresión de una esencia musical. Cabe aclarar que en esa metafísica de la música lo que se piensa es la actividad de la que todo surge y es animado: la vibración originaria anterior a la physis.

Una primera aproximación a esta idea, la encontramos en la concepción de la música como un lenguaje universal, misma que ha sido usada como moneda corriente entre músicos y no músicos, filósofos y demás estudiosos de la música, despojándola de su dimensión ontológica fundamental. De manera que, para abordar el tema, trataremos de trazar una línea en zigzag, a partir de la concepción de la música en El mundo como voluntad y representación, para después rastrear las resonancias y disonancias con respecto al arte musical desde la interpretación de Immanuel Kant, al tiempo que apuntaremos la influencia de Schelling como una especie de precursor obscuro de la ontología de la música para, en un último movimiento, exponer la influencia de Schopenhauer en Nietzsche y Rosset.

Para Schopenhauer, la música es el lenguaje universal en tanto que es expresión directa de la voluntad; mientras que las demás artes: pintura, arquitectura, tragedia, etcétera, son representación de las Ideas. De lo anterior se entiende que el efecto de la música sea más poderoso, penetrante y, sobre todo, directo y sin mediación. Su análisis requiere de una parte especial para pensar su naturaleza, misma que tiene una dimensión ontológica. Pensar su naturaleza es a la vez pensarla en su musicalidad. El arte musical expresa la esencia interior del mundo, más que un lenguaje articulado, se diferencia de los conceptos y las palabras; es un eco o reverberación de la vibración originaria cuya resonancia anima todas las objetivaciones de la voluntad, el cual crea un campo armónico. El arte musical hace audible la vibración eterna que dio origen a todo pero, de manera simultánea, crea un efecto de resonancia en el mundo y en el tiempo. Por otra parte, la voluntad se configura en las Ideas. La materia de las artes es la representación de las ideas, representación que es una sombra de éstas. En cambio, el poder de la música es la expresión de la Voluntad misma. Así, mientras las demás artes dan forma a las ideas a través de la belleza; el arte musical expresa lo sublime, la Voluntad y la Naturaleza como fuerzas: potencia, inmensidad e intensidad.

[…] la música, al pasar por encima de las ideas, es también enteramente independiente del mundo fenoménico al que ignora sin más y, en cierta medida, también podría subsistir aun cuando el mundo no existiera en absoluto, siendo esto algo que no cabe decir de las demás artes. La música es una objetivación y un trasunto tan inmediato de la íntegra voluntad como lo es el mundo mismo e incluso como lo son las ideas, cuya polifacética manifestación constituye el mundo de las cosas singulares.1

El elemento común a la música y al mundo es el caos inaudible de la vibración originaria. Por su parte, el arte musical hará audible la vibración originaria; anterior al querer de la voluntad; anterior a que la voluntad se objetive en el mundo, de ahí que la música exista con independencia de éste. Vibración originaria, silenciosa, inaudible de una voluntad que nada quiere. Así podemos hacer una diferencia entre esta musicalidad de la voluntad como una música no-humana que se objetiva y se hace sensible; audible en las ideas musicales como la vibración originaria que resuena en la voluntad, y reverbera en sus objetivaciones en un universo habitado por cuerpos vibrátiles. La voluntad es la esencia del mundo, pero el mundo y la voluntad son efectos vibratorios, y la esencia analógicamente se comunica con las pasiones y los afectos.

Schopenhauer, a la manera de Schelling, plantea una música absoluta, idea que será retomada por Wagner, aunque, a diferencia de lo que pensaba el compositor alemán, el carácter absoluto de la música quiere decir que el absoluto es musical. La música es la vibración de la voluntad que nada quiere; ansia originaria que al decidirse como voluntad que quiere al mundo se expresa a través de un continuum sonoro, un efecto de resonancia que sostiene y comunica todas sus objetivaciones. En el hombre esa reverberación del origen resuena en el deseo, las pasiones y los afectos; cuerdas que se tensan y se distienden con las armonías y disonancias musicales. Así, los afectos son ecos del origen. En este sentido, para Schopenhauer igual que para Kant, la música es también el lenguaje de los sentimientos y las pasiones. En la Crítica del juicio, Kant escribe sobre el poder de la música que, aun sin la mediación de conceptos, es un habla íntima, el lenguaje de las afecciones que: “[…] según la ley de la asociación, comunica universalmente las ideas estéticas unidas de modo natural a esas afecciones, bien que no siendo esas ideas estéticas pensamientos determinados”.2

El hecho de que la música esté ligada a las sensaciones y afectos y alejada de los conceptos y la reflexión, será una potencia negativa para Kant, y es por eso por lo que —en su jerarquía de las artes— la música se encuentra en el escalafón más bajo y caracterizada como arte del bello juego de las sensaciones y sólo en la medida que sea susceptible de análisis será considerada como “arte bello”. En este punto podríamos decir que para Schopenhauer, el poder de la música está en expresar y desplegar la actividad de la que surgen las ideas estéticas; al tiempo que en ella acontecen en estado puro, sin relación con los motivos o la causalidad, abstrayéndolas en sensación pura. De lo anterior se desprende que la música sea el lenguaje de los afectos sólo por analogía; ya que ésta no expresa los fenómenos sino su esencia interior, la voluntad como flujo de fuerzas múltiples.

Pero al constatar todas estas analogías jamás cabe olvidar que la música no tiene una relación directa con ella, sino tan sólo una relación mediata; pues la música nunca expresa el fenómeno, sino únicamente la esencia íntima, el en sí de todo fenómeno, la voluntad misma. Por ello no expresa esta o aquella alegría singular y concreta, esta o aquella aflicción, o dolor, o espanto, o júbilo, o regocijo, o serenidad, sino la alegría, la aflicción, el dolor, el espanto, el júbilo, el regocijo, la serenidad mismos en abstracto, lo esencial de tales sentimientos sin accesorios, sin los motivos que inducen a ellos.3

Es pertinente recordar que, para Schopenhauer, las demás artes son efecto de la repetición, copias de las ideas, a diferencia de la música que acontece como la recreación de la vibración originaria, cuyo efecto de resonancia atraviesa y sostiene todas las objetivaciones de la voluntad. Todas las configuraciones, de la naturaleza al hombre. Es un lenguaje general como abstracción que expresa el núcleo íntimo, el corazón de las cosas, anterior a su objetivación. La música habla sobre lo anterior, el origen; al cual nos hace retornar en un juego de resonancia y vibración, cuyo efecto es el éxtasis, el trance, la satisfacción de la voluntad que liberada del querer vuelve a ser voluntad que nada quiere.

Como la música no presenta, al igual que todas las otras artes, las ideas o niveles de objetivación de la voluntad, sino que presenta inmediatamente a la voluntad misma, esto explica que incida inmediatamente sobre la voluntad, esto es, sobre los sentimientos, pasiones y afectos de quien la escucha, de suerte que los intensifica o transforma súbitamente.4

Esta expresión de la voluntad misma es en tanto que la música expresa las fuerzas, el ritmo, la vibración y el movimiento constitutivo de todas las cosas. Así, si las demás artes ponen en escena el “drama del mundo”, la música, al igual que la voluntad, se encarna en el mundo. En este sentido, la música humana re-crea el origen del mundo y del tiempo, pero en el devenir, a la vez que hace audible la vibración originaria que es el motor de lo que quiere en la voluntad. El acontecimiento musical es una vuelta al origen, una consonancia o campo armónico en donde la voluntad, por un instante, es satisfecha en la plenitud de la experiencia estética en la que todo se re-une. La voluntad regresa a la limpidez: voluntad que nada quiere, que no es una forma de nihilismo, sino la vuelta a la indiferencia, ser nada en tanto potencia absoluta. “Lo inefablemente íntimo de toda música, en virtud de lo cual pasa ante nosotros como un paraíso tan enteramente lejano, es tan comprensible como inexplicable y estriba en el hecho de que ella nos restituye todas las agitaciones de nuestro ser más íntimo, pero sin la realidad y lejos de su tormento”.5

Schelling: un sombrío precursor de la ontología musical

[…] la música no es sino el ritmo percibido y la armonía del universo visible mismo.
Friedrich Schelling

Clément Rosset, en su estudio sobre la estética de Schopenhauer, apunta que la voluntad entendida como impulso ciego es pura fuerza de repetición, misma que opera en la naturaleza y en el mundo. En cambio, el arte genera un movimiento diferencial que escapa a la repetición. Si la vida es repetición, el arte sería más bien una forma de reminiscencia del origen.6 Un recuerdo de lo inmemorial; un eco del origen anterior al tiempo y al devenir. Aunque Rosset niega que Schopenhauer tuviera conocimiento de la filosofía de Schelling, para nosotros, la concepción ontológica de la música es uno de los puntos que une a ambos pensadores. Para Schelling, el arte es también una forma de reminiscencia o presentimiento del origen; así, el acto de creación artística es una repetición de una creación eterna, inmemorial, el paso de la indiferencia y lo atemporal a la configuración del mundo y el devenir. Por su parte, Rosset apunta: “[…] en lo esencial, la estética schopenhaueriana es obra original y, en ciertos aspectos inaugural; en particular las ideas dominantes —contemplación estética de la voluntad e intuición de un origen inmemorial— pertenecen en propiedad a Schopenhauer y anuncian ciertos temas esenciales de Bergson y de Proust”.7

Sin negar la importancia de la filosofía de Schopenhauer, al retomar la concepción que Kant da del genio como aquel que posee la cualidad de la originalidad —compartida también por Schopenhauer, Schelling, Nietzsche y los románticos—, la originalidad no tiene que ver con la novedad sino con la potencia del origen, el regreso al punto de indiferencia y la re-unión de lo ya separado. La intuición de un origen inmemorial, anterior al mundo que se pre-siente e intuye en la experiencia estética. Schelling lo pensó como ansia o “infundamento”, precursor oscuro, cuya reverberación se expresa como actividad y fuerza vibrátil, en el todo una vez diferenciado, separado. En este sentido, para Schopenhauer la voluntad que se objetiva en las ideas y en la música es la misma, de manera tal que existe un paralelismo entre ambas, y cuya manifestación se expresa en el mundo en las formas de la naturaleza. De acuerdo con esta analogía dirá: “Yo reconozco en las tonalidades más bajas de la armonía, en el bajo continuo, los niveles inferiores de la objetivación de la voluntad, a saber, la naturaleza inorgánica, la masa de planetas”.8

En esta misma línea, para Schelling, ritmo, armonía y melodía son las formas primeras y puras del movimiento del universo; idea que tiene resonancias de la música de las esferas planteada por los pitagóricos. A través del ritmo musical se intuye, se pre-siente y se re-siente el ritmo primordial, de ahí que el ritmo sea la música en la música. La música es el ritmo y la armonía del universo que se hace audible, que expresa las formas de las cosas en sí, como imaginación sonora; para Schelling, igual que para Schopenhauer, el caos primordial es musical: vibración. “[…] la música es el arte que más se despoja de lo corpóreo, por cuanto representa el movimiento puro como tal desprendido del objeto, y llevado por alas invisibles casi espirituales”.9

Para ambos autores, la música puede existir sin el mundo porque es anterior a éste; podríamos decir que es su condición de aparición y de audición, primero como ritmo-caos o vibración originaria y después como ritmo-cosmos en la naturaleza-universo y, por último, como arte musical. Para Rosset: “Lo que reproduce la música se refiere, en cualquier caso, a una anterioridad inmemorial. En la revelación fulgurante de un saber anterior del que el hombre no tenía más que una representación confusa, o mejor aún un pre-sentimiento inconsciente”.10

La música es el pre-sentimiento de la vibración originaria, un saber anterior al despertar del ansia, anterior a que la voluntad quiera al mundo objetivándose en ideas y sintiéndose en la música. Así, la música es el saber primordial, no referido al mundo sino fuera de la causalidad de los fenómenos, es el lenguaje a-conceptual de lo inefable. Para Schopenhauer:

El concepto es aquí infructuoso, como siempre lo es en el arte; el compositor revela la esencia íntima del mundo y expresa la más profunda sabiduría en un lenguaje que no comprende la razón, al igual que un sonámbulo hipnótico da explicaciones sobre cosas acerca de las cuales no tiene concepto alguno una vez despierto. Por eso en un compositor el hombre se disocia y se diferencia del artista más que en cualquier otro caso.11

Para Schopenhauer se expresa en la música, de manera paradigmática, la figura del genio, este opera como una antena que capta la vibración originaria inaudible, misma que la hace audible y crea imágenes sonoras. Rosset dice al respecto:

Por eso la anterioridad del saber que entrega la música no es inmemorial sino trascendental; no designa el primer momento del mundo, sino la anterioridad referida al tiempo, así como la exterioridad referida al mundo —otro lugar—. No la voluntad general como origen, sino un antecedente desconocido que ha precedido a la voluntad: un sombrío precursor.12

LEONELLO SPADA, “CONCIERTO”, (1615)

Este precursor oscuro, para Schelling, es el ansia aún no despertada: la voluntad que nada quiere. En la música, la repetición, a diferencia de las demás artes, no es una repetición de lo mismo; sino una repetición original, es decir, diferencial. La repetición que opera en las demás artes se da en el tiempo, en el devenir, paradójicamente la música escapa a la repetición, porque el tema que insiste y persiste en ella, la vibración originaria, es atemporal, inaudible y eterna; así, el acontecimiento musical abre un tiempo dentro del tiempo, el paso de la eternidad que recurre a un tiempo que transcurre. La partitura es la ausencia de la música, pero posee en sí, virtualmente, todas sus posibles ejecuciones, todos sus posibles ensayos o repeticiones; entonces, la interpretación musical es un acto de re-recreación que consiste no sólo en intentar y ensayar hacer audible lo inaudible, sino en hacer escuchar por primera vez: lo inaudito. Así, para Rosset:

El problema fundamental de la actividad musical es, por tanto, el siguiente: borrar la obra repetida para reproducir su repetición original […]. Proteger esa repetición original de la repetición como degradación. Dar, pues, en la medida de lo posible, la sensación de que se trata de una primera aparición de la obra, dar la impresión de que la obra repite por primera vez lo que repite.13

Nietzsche intuyó la repetición como diferencia musical en el “fragmento en sí”, preludio a la idea del eterno retorno. El “fragmento en sí” es un ritornelo que expresa las fuerzas del cosmos haciéndolas audibles en un bucle sonoro que estalla y se dirige al silencio, al olvido; efecto de repetición como un continuum sonoro. Línea de fuga que se dirige a las fuerzas siderales cuya reverberación configura un ritornelo-caos; una vuelta al origen marcada con la instrucción Da capo con melancolía, en una forma de hacer audible el ritmo primordial: eterno retorno. El “fragmento en sí” es un cristal sonoro, un sintetizador en donde se ensamblan una serie de ideas que componen una parte central del pensamiento nietzscheano. La idea del eterno retorno, cuyo recurso expresivo es la repetición, el ritornelo-cosmos. El fragmento es el bucle que nos devuelve al origen; música del olvido, no de la memoria; expresión de la inocencia del devenir que nos arrastra en un ritornelo-caos. La repetición en el “fragmento en sí” crea un efecto de tiempo suspendido, la satisfacción de la voluntad.

Para terminar, queremos apuntar que la concepción schopenhaueriana de la música es ontológica —igual que para Schelling o Nietzsche—, no es una estética en el sentido en que no surge de pensar obras o ideas musicales concretas, salvo algunas alusiones a Gioachino Rossini, Ludwig van Beethoven o Wolfgang Amadeus Mozart; sin embargo, no podemos dejar de pensar que quizá la intuición acerca de que el absoluto es musical sea lo que lleve a John Cage a plantear una pantonalidad en forma de ecomúsica. Por otra parte, quién puede decir que no ha experimentado al escuchar a Beethoven, Karlheinz Stockhausen, Arvo Pärt, Gyögy Ligeti o King Crimson, la satisfacción de la voluntad, la vuelta al origen, la potencia del absoluto en forma de música.

Bibliografía

Kant, Immanuel, Crítica del juicio, Losada, Buenos Aires, 2005.

Rosset, Clément, Escritos sobre Schopenhauer, Pre-textos, Valencia, 2005.

Schelling, F.W.J. La filosofía del arte, Tecnos. Madrid, 1999.

Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, I., Alianza, Madrid, 2010.

Notas


^ 1.  Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, Vol. I., Alianza, Madrid, 2010, parágrafo 52, p. 476.

^ 2.  Kant, Immanuel, Crítica del juicio, Losada, Buenos Aires, 2005, p. 181.

^ 3.  A. Schopenhauer, Op. cit., parágrafo 52, p. 481.

^ 4.  A. Schopenhauer, Op.cit.; libro 2, Cap. 39, “Metafísica de la Música”, p. 588.

^ 5.  A. Schopenhauer, Op. cit., parágrafo 52, p. 485.

^ 6.  Rosset, Clément, Escritos sobre Schopenhauer, Pre-textos, Valencia, 2005, p. 123.

^ 7.  Ibid., p.130.

^ 8.  A. Schopenhauer, Op. cit., parágrafo 52, p. 476.

^ 9.  Schelling, F.W.J., La filosofía del arte, Tecnos. Madrid, 1999, parágrafo 83, p. 196.

^ 10.  C. Rosset, Op. cit., p. 188.

^ 11.  A. Schopenhauer, Op. cit., parágrafo 52, p. 480.

^ 12.  C. Rosset, Op. cit., p. 189.

^ 13.  Ibid., p. 188.

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